martes, 9 de octubre de 2012

EL FARO DE ALEJANDRO




          Alejandro nació allí. De su padre Filipo, heredó la plena dedicación  al trabajo  de  farero;  de  su  madre Olimpia, dejarlo todo por amor, en su caso, por amor al faro.







          A la muerte de Filipo, el puesto lo ocupó su hijo, y al ingresar su progenitora en un sanatorio, quedó como único ocupante de la torre, junto a Estatira, su gata persa. Sin vecinos en kilómetros a la redonda, exceptuando a las vacas que pastaban libres alrededor del recinto, vacas “sagradas” que le traían a la mente el país de sus sueños: la India.
 
           







 



         En los pueblos de la comarca lo admiraban por la profesionalidad que hacía patente con sus apenas treinta años.





         Soplaban malos vientos: la situación económica, los avanzados medios de orientación en los barcos, y la especulación, hacían que negros nubarrones amenazasen el litoral.







         Y sucedió lo que había presentido. Por correo llegó la orden de abandonar la torre. Le daban treinta días para hacer las maletas; el faro  iba  a  dar  paso  a  un  complejo hotelero  del  grupo  Emporio  Darío,  entramado financiero que ya intentó echar a su padre.



         Treinta días fue lo que Alejandro se pasó sin pegar ojo, lamentándose de haber tenido tan pocos amigos a los que recurrir, y de no poder contar con los consejos de sus mayores; un mes debatiéndose entre oponerse o ceder.


         
    


        Terminado el plazo establecido, llegaron unos funcionarios a precintar el lugar, y se encontraron a Alejandro encadenado a la entrada.
  
         Las amenazas no hicieron sino fortalecer su postura. Se requirió la presencia de agentes policiales que, tras cortar las cadenas, se lo llevaron detenido.




         En comisaría, se declaró en huelga de hambre. Pensaron que era un farol, que aquello era fruto de su ímpetu juvenil, y lo dejaron seguir con su decisión;  al cabo de unas semanas era ingresado en un hospital.



          El caso trascendió a la prensa, aireándose las maquinaciones especulativas. Emporio Darío huyó del proyecto, dejando a su suerte a las autoridades que, en vísperas de elecciones, decidieron revocar la orden.



         Alejandro se recuperó, y volvió al faro, a un faro transformado en museo del mar; fue nombrado guía del mismo. La zona se declaró parque natural.


            El hecho de haberse enfrentado al poder establecido y a todo un imperio inmobiliario, y salir victorioso, lo convirtió en un héroe magno. Debido a esto, acudían en procesión a conocerlo, le llevaban presentes, le preparaban sus postres preferidos: el yogur griego y la macedonia, y las  jovenes dejaban cartitas en su buzón. 


          Ocurrió que, en una fiesta celebrada en su honor, bebió como nunca antes lo había hecho, y tras un largo coma etílico, falleció.





         El faro-museo siguió adelante con un nuevo guía, Tolomeo, que decidió formar una familia en otro lugar mejor. Intentó llevarse a la gata persa pero esta había desaparecido días despues de morir su dueño.





          Con el tiempo, esta historia pasó a leyenda, alimentándose de extraños suceso como el que cuentan los pescadores de la zona, al relatar que, en noches cerradas, se ve brillar una misteriosa luz en la costa, llegando muchos a asegurar que proviene del solitario faro de Alejandro.


3 comentarios:

  1. precioso relato... me ha encantado...

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    1. Gracias por tu comentario, Traba.
      Espero que, si lees alguno más, te guste de igual forma.

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  2. Un relato precioso;muy tierno,lleno de lucha,constancia y victoria.Me ha encantado

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