jueves, 6 de diciembre de 2012

ANÍBAL Y SU ELEFANTE ROJO (Cap.II)



                        «Del fanatismo a la barbarie sólo media un paso»
Denis Diderot 


         II. El drama




      Comenzó 1920 como había acabado el año anterior: sumidos en el caos. Una multitud de huelgas, manifestaciones y motines asolaban la ciudad; el movimiento obrero estaba en pie de guerra.






      –Mal hemos empezado la nueva década, Francisco –dijo Aníbal, mientras observaban la ría desde uno de los puentes recién terminados–. A ver qué tal se nos da hoy. Me imagino que con tantas interrupciones, tendrás más tiempo para tus estudios de boticario.

      



      –Don Aníbal, más tiempo, y menos sueldo –le respondió el joven.
      
      –No sé cómo va a terminar todo esto. Primero la guerra europea, y ahora los problemas laborales. ¡Esta obra se va a hacer eterna! –profirió el arquitecto con la mirada perdida en el que había sido jardín privado de los Montpensier, reformado y convertido en parque público.







      Los dos fueron recorriendo la balaustrada del estanque. Detrás, a pocos pasos, un enjambre de ayudantes y capataces, esperaban las órdenes del día. Aníbal las fue dictando, corrigiendo las desviaciones, sugiriendo preferencias, y blasfemando los retrasos.



      
      Sobre una pila de maderos para componer el andamiaje, un hombre hacia ostensibles gestos; delante, un puñado de trabajadores asentían a su discurso.





      –Francisco, Sevilla es la patria del color, un color que he querido tratar, de modo que realce los valores de esta construcción, un color que se está tornando en un negro trágico –confesó Aníbal, apoyando su mano en el hombro del muchacho.



 

      
      Rara era la jornada que alguien no formaba un corrillo para denunciar las penosas condiciones laborales, como los recortes salariales, fruto de la disminución de la jornada laboral a ocho horas; o para aplaudir los cambios políticos que se estaban produciendo en la vieja Rusia. Al principio, se reprimieron estas reuniones, pero el descontento fue en aumento, y las autoridades se vieron desbordadas, e incapaces de frenar a esta otra bestia roja: la revolución bolchevique.   





        
      La comitiva pasó cerca del improvisado mitin, y se alejó camino de los talleres, dejando atrás la amenazante mirada del orador.










      A la mañana siguiente, Francisco aguardaba, sentado al pie de la barraca donde se trataban los asuntos administrativos de la edificación, la llegada del arquitecto.



      
      Cerca, sobre un carro de ladrillos apostado a la entrada del colosal rompecabezas de andamios, varios individuos voceaban a los obreros que acudían a su lugar de trabajo.
      
      –¡Camaradas, no hagáis el juego a estos burgueses! ¡Estáis trabajando por cuatro perras para que después los señoritos vengan a tirar el dinero en esta feria que levantáis!

          De repente, un murmullo se fue abriendo paso. Los agitadores pararon en sus soflamas, y se pudieron oír algunas voces de trabajadores que llegaban a la carrera.
      
      –¡Han disparado a don Aníbal! ¡Hace un rato, a la salida de su casa, lo han herido unos pistoleros!  –bramaban unos.
       
      –¡Unos anarquistas han matado a Aníbal González de dos tiros!
–vociferaban otros.

        Francisco quedó paralizado, se rehízo, y comenzó a caminar como aturdido, acelerando el paso hacia los que traían tan funestas noticias.
      
      Todos eran bramidos y empujones a los que llegaban, requiriendo información. Alguno hubo que volvió la vista hacia el carro de los piquetes, pidiendo alguna explicación; sobre el carro reposaban unos silenciosos y solitarios ladrillos.




   
      Pronto, este grupo de obreros fue creciendo con los que acudían del interior del recinto. Carreras, rumores, maldiciones; unos lloraban, otros negaban con la cabeza, y algunos, pocos, rezaban en el pensamiento.



      
      Pasaban las horas, sin saber nadie qué hacer.





      
      Como alma que lleva el diablo, irrumpió un hombre a caballo en la plaza. Se trataba del encargado de llevar y traer la correspondencia. Erguido sobre su montura, gritaba sin parar:








     –¡Está vivo!  ¡Ha sobrevivido al atentado! ¡Don Aníbal vive!



    

      Un alarido se elevó sobre los presentes. Volaron gorras y sombreros, muchos se abrazaban y saltaban como locos, y hasta hubo quien se santiguó.

         El jinete fue rodeado tal cual hubiese ganado alguna prueba hípica.


      –¡Se encuentra en su domicilio! ¡Hacia ella se dirige una multitud! –pudo terminar de explicarse, a duras penas, el agasajado caballista.

      






      Y así fue, mientras unos festejaban la buena nueva, otros, como Francisco, se unían a cientos de sevillanos que marchaban, espontáneamente, al centro histórico de la ciudad, en dirección a la vivienda de Aníbal González.





    
      Una vez allí, la muchedumbre se parapetó delante de su casa, mostrando su apoyo al arquitecto que tanto estaba haciendo por mejorar la imagen de Sevilla.
      






           A raíz de hechos como aquel, la vida cambió para todos.
      
          Aníbal llevó un guardaespaldas, durante mucho tiempo; la España del rey Alfonso XIII requirió la escolta de una dictadura militar, durante muchos años.


      
           El elefante rojo tampoco sería el mismo.






6 comentarios:

  1. Cada vez mucho mas interensante tu relato,desbordas imaginacion que se compenetra a la perfeccion con tus relatos.Las fotos preciosas.Gracias Antonio!!

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  2. Te agradezco el comentario, y por supuesto la visita, Montse. Me alegra que te haya gustado el texto y las fotos.

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  3. La historia es interesante, tal vez sea veraz (o no) pero lo hacés de una manera muy amena y vibrante. La fotos que acompañan el texto son increíbles. Gracias por compartirlo Antonio y felicitaciones!!!

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  4. Es una historia novelada sobre hechos reales. La obra duró una eternidad, Aníbal sufrió un atentado del que salió ileso, el pueblo de Sevilla se tiró a la calle para proteger su casa, y mostrarle su apoyo. A parte de esto, Francisco es el personaje que me sirve para mostrar el escenario del relato.
    Te agradezco la visita, y el comentario, Marcela.

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  5. Qué bien! Es interesante ese arquitecto...

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  6. Una vida de película, y un trabajo genial, a la altura de Gaudí, y como él, cambió la fisonomía de su ciudad. Gracias por la lectura, y el comentario.

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