jueves, 13 de diciembre de 2012

¡¿QUÉ SABRÁ "ER" PAPA?!



Jerusalén, año I



        La noche hace horas que ha caído. En un corredor del esplendoroso palacio, un viejo espera ser recibió en audiencia; su ropaje polvoriento delata el duro camino que ha dejado atrás.

        De pronto, tres individuos de extraños atuendos salen del Salón Real, y cruzan raudo por delante del anciano; el último de ello, de tez oscura, se percata de su presencia.




        Güenas noshe  –dice el moreno personaje.

        Al viejo, aquellas palabras lo cogen desprevenido. ¿Dónde había escuchado antes esa forma de hablar?

      –Lo... lo mismo les deseo
–devuelve como puede el saludo, tras reponerse.

        El guardia de la puerta, cumpliendo órdenes, le abre paso al interior del regio aposento.


        Al final de esta sala le aguarda Herodes, llamado «el Grande», reclinado en su trono.

 


      –Pasad, pasad, Ratzingerius. Mi viejo amigo de la Germania, ¿qué tal el viaje? ¿Cómo está Roma? Supe que te hicieron Sumo Sacerdote.
     
      –Así es. De la ciudad imperial hace tiempo que no sé nada, partí a Lusitania; fui a visitar su capital, Emerita Augusta, lugar del cual vengo –respondió el viejo.
      
      –Largo viaje has tenido. Cuenta, ¿a qué debemos tu visita?
      –Majestad, tengo algo importante que deciros –mientras detiene los pasos que daba hacia el rey.
      
      –Acercaos, hablad sin miedo, no hagáis caso a lo que dicen de mí.
      
      –En Emerita Augusta –comenzó diciendo el anciano– tuve un sueño. En él veía el alumbramiento de un niño en un humilde pesebre, rodeado de una mula y un buey, bajo una gran resplandor, como el que se ve moverse en vuestro cielo; lo vi crecer, y ser adorado por una multitud. Desperté, empapado en surdor, cuando alguien le colocó una corona de espinos, mientras lo proclamaban –traga saliva– rey de los judíos.

      
      –¡¿Otra profecía de la mismo?! –grita Herodes encolerizado.
      
      «¡Menos mal que no se iba a enfadar!», piensa Ratzingerius.
           El monarca se levanta bruscamente, y, acercándose a un enorme ventanal, guarda silencio.
      
      –Otra profecía de lo mismo –repite algo más calmado–. Llevo días con esa historia en la cabeza. Los magos con las que te has cruzado, vienen de Oriente al encuentro de un niño que será singular, que reinará sobre reyes y césares. Les he pedido que me indiquen, a su regreso, el sitio de tan señalado nacimiento, pero dudo que lo hagan.
      
      Vuelve a sumirse en sus pensamientos, y tras un largo periodo de reflexión, prosigue.     

       –Me podrías hacer un gran favor, mi querido Ratzingerius, ya que tú has visto en tus sueños el pesebre, no te costaría reconocerlo si lo vieras, ¿no?
      
      Una sonrisa atraviesa el rostro de Herodes mientras observa en el horizonte, bajo la luz de una estrella en fuga, la silueta de tres hombres sobre unos camellos.
      
        Sin apenas tiempo para cambiarse, el viejo sacerdote parte en busca de los llamados «Magos de Oriente».


       Les pierde la pista cerca de Belén. 
  

      
      En el interior de un frio establo, José mira a su esposa, María, y a su hijo; su felicidad es compartida por un numeroso grupo de pastores, que ya se pueden acercar al recién nacido tras la salida de los extranjeros. Estos últimos, tras adorar al niño, le han dejado unos presentes.
      



           De repente, irrumpe el dueño del cobertizo.

           –¡José, tengo que llevarme el ganado! –dice aceleradamente.
      
      –¿Por? –pregunta el desprevenido padre, que teme perder el calor que esos animales prestan al pequeño.
     
        –¡Por lo visto, hay un misterioso anciano registrando las cuadras! –le responde–. ¡Y no tengo censados ni a este buey ni a la mula! No te preocupes, será por poco tiempo.


           Acaloradamente, tira de ellos hasta sacarlos de allí.




      María acurruca al niño contra su pecho, y José la protege con la manta que cubría su espalda; uno de los pastores comparte la suya con el consternado padre.


    

  
      Poco tiempo después, y con sigilo, entra Ratzingerius. Trae la cabeza cubierta con una capucha, y su inseparable báculo en la mano. Observa inquisitoriamente la escena, y piensa: «juraría que es este, pero...».
      



      –¿Cómo puedo hablar con el poseedor de esta cuadra? –inquiere a uno de los pastores, el cual envía a un muchacho a buscarlo.
      





      «Pues sí que atrae gente un nacimiento por estas tierras… no sería mal negocio», se relame el anciano.

      



        Al rato, aparece el joven con el propietario.


        –¿Quién me busca?
      
       –¿Es suyo todo esto? –y tras el asentimiento del primero, Ratzingerius continúa–. ¿Tiene usted alguna mula, o un buey?
      
    –¡¿Yooooo?!– se señala visiblemente alarmado–. Bien sabe nuestro amado rey que solo tengo un puñado de cabras, y algunas ovejas; puede comprobarlo en el censo.
      
       –No dude que lo haré –dando por terminada la conversación.

      
      Cuando está cerca de la salida, uno de los congregados se le queda mirando la capucha.
      

           –¿Lana de la Baetica? 
–pregunta el curioso.
      
      –¿Cómo? –responde el sorprendido anciano.
      
        –Buena capucha, ¿está tejida con lana de la provincia de la Baetica?
      
         –¿La Baeti…? ¡Tartessos!
–grita Ratzingerius, dejando a todos perplejos.
      
      –¿Tarqué? –dice su interlocutor, en medio de una gran expectación.


      
      Abandonándolo con la palabra en la boca, y sorteando pastores, el encapuchado alcanza la calle.  


      –¡Los «magos» vienen de Hispania, de la antigua Tartéside! – lanza a uno de los soldados que le escoltan, y que ni se inmuta.
      
      Apesadumbrado, el viejo sacerdote se aleja del lugar.

 

     
      
Sevilla, año 20I2




       Tomando un desayuno en un bar, oigo como conversan un cliente y el camarero.

        Güenos día –dice el cliente, mientras coge el periódico del local.

        Güenas, ¿lo mismo de siempre? –indaga el camarero, a la vez que le pone el platito con el azucarillo, y el vaso de agua.

       Tras la afirmación, el cliente comienza a hojear el diario.



        –¡Ahora dice er Papa que no había ni mula ni buey n´el Portá de Belén!  –comenta a raíz de un titular de prensa.

       El camarero, sin perder de vista la máquina del café, le responde:

        –¡¿Él estaba allí ni ?!
         ¡¿Qué sabrá er Papa?!





     Feliz Navidad



Imágenes: Belén de la iglesia de la Anunciación (Sevilla)
 Panorámica:  Belén de la Hermandad del Rocio (Sevilla) 


8 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho,gracias...Vaya fotazas has sacado...muy bonitas!!

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  2. Me alegra que te haya gustado, esperé a saber que estabas levantada para que fueses la primera en leerlo. Un beso.

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  3. Excelente, como siempre, estupenda anécdota.

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  4. Gracia, Begoña, por tu visita, y tu comentario.
    Me alegra mucho que te haya gustado.

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  5. Una historia llena de humor y muy apropiada para estas fechas. Además, estoy convencida que fue eso mismo lo que ocurrió, cómo no van a estar la mula y el buey en el portal... jajaja.


    ¿Quieres leer "Algo más que vecinos"?

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  6. Isabel, gracias por la visita, y por el simpático comentario.
    Voy a leer tus "vecinos", y te comento.
    Un beso de agradecimiento.

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  7. me ha gustado mucho ...!!!!!!!!!!!!! Mucho ....!!!!!!!!!!!!! Y unas imágenes bellisimas

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  8. muchas...!!!!!!!! muchas...!!!!!! gracias, Ely. Me agrada que te haya gustado el texto y las imágenes. Un beso.

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