Vine al mundo aquella madrugada de 1912, la noche en la que el enorme iceberg sentenció al Titanic.
Ese 14 de abril no tendría que haber sido el alumbramiento, y menos en un día en el que tantos inocentes lo abandonaron; las circunstancias quisieron que rompiese agua en el mismo momento en que la misma se adueñaba del coloso de acero.